La cultura del sombrero
"Al británico Philip Tracey
deberíamos ponerle un altar". La sombrerera Charo Iglesias tiene claro que
el diseñador británico ha sido uno de los grandes impulsores de la cultura del
sombrero. La decadencia de esta prenda se inicia en los años sesenta con los
Beatles y la búsqueda de libertad que marcó la época. Según Iglesias, John F. Kennedy
fue el primer presidente de Estados Unidos que no usaba sombrero, un
complemento del vestir que cuenta con tantos enemigos como adeptos. La adicción
se inicia con las diademas y las cintas de colores y de ahí se pasa a las
gorras de lana y las viseras. Iglesias lleva veinticinco años vistiendo cabezas
desde su estudio, en la calle de Jorge Juan en Madrid. Entre moldes de madera y
modelos de fieltro como para un regimiento, cada habitación recupera un oficio:
planchador, tintorero, costurera y decoración. La nueva temporada viene marcada
por los borsalinos y los modelos inspirados en los cuarenta, pero las clientas
pueden optar por tocados con plumas, pastilleros o pamelas imposibles. En su
taller se trabaja a medida. Hasta hace poco se mantenían gracias a las bodas y
bautizos, los únicos eventos en los que la gente se adorna la cabeza sin pudor,
pero ahora esta modista del sombrero se ha pasado al teatro. Una pamela de paja
a la que le faltan las cintas en grosgrain y los tocados de las sirvientas en La
generala reposan
sobre una mesa de madera junto a una máquina de coser para trenzar paja. Forman
parte del vestuario de la opereta que se estrenará en breve en el Teatro Real.
Iglesias estudió pedagogía y trabajó como profesora para niños con problemas,
hasta que viajó a París y en el mercado de Las Pulgas encontró su vocación. Su
primer gorro lo tejió a ganchillo, lo adornó con unas flores y lo vendió en el
metro de París. Encasquetada en uno de esos modelos que tanto triunfaban entre
las francesas regresó a España y, cuando salía de una cabina telefónica, en San
Sebastián, alguien le gritó: "¡Te has puesto el orinal en la
cabeza!". Los tiempos del insulto y las miradas inquisitivas están
cambiando, pero cada día se registran nuevas bajas en un oficio que lleva
camino de extinguirse. Junto con otros creadores acaban de fundar la Asociación
de Sombrereros para reivindicar que se promueva la creación de una escuela y el
desarrollo del mercado. En este momento,
casi
todos los complementos se encargan fuera y, como ejemplo de la decadencia del
sector, Iglesias revela que "en los años cuarenta en Madrid había más de
200 sombrereras y cerca de 40 tiendas, pero ahora no pasamos de la
docena".
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